Recorrido diario: sábado 27 de febrero, llegó la tormenta perfecta.


Llegó la tormenta perfecta. Los diarios lo anuncian cada uno a su manera. Pero, ¿de qué tormenta hablan? La bomba meteorológica de Público, o la tormenta económica que S&P vaticina para España si el Gobierno no cambia su gestión, como titula ABC. ¿Es acaso la tormenta política que azota Baleares de la que habla El País y que ha acabado, según parece, con la carrera politicoeconómica de la omnipresente Maria Antònia Munar? Puede que hablen de la tormenta que se inicia en Cuba, donde tras la muerte de Zapata, las huelgas de hambre van a ser la intifada para los hermanos Castro, según nos cuenta El Periódico. De El Mundo recogemos que Cataluña tiene su propia tormenta doméstica y pueblerina: los hijos de Montilla estudian sólo una hora de catalán a la semana en el Colegio Alemán y así eluden el sobrepeso del catalán, como hacen muchos de los poderosos de allí para educar bien a sus hijos. Los deportivos van a lo suyo. Guardiola anima, Pellegrini se reivindica de la mano de Cristiano y Del Bosque da la lista para el amistoso de París y anima a los que no están a hacer méritos. El secretario de Estado Lissavetzky analiza el deporte y el fútbol en Sport.

No entiendo nada. Hoy sábado trabajo, esto si lo entiendo. Lo que no entiendo es que a la Sra. Munar le haya llegado la hora desde su propio partido. Al PP y el PSOE que bien les iba. Lo que no entiendo es como Montilla y su mujer pueden creerse distintos al resto de los catalanes, lo que es bueno para mi, ¿será bueno para todos? De S&P más que una tormenta nos llega un temporal, no entiendo que el presidente de Gobierno no vea que cuando el río suena y suena tanto y tantas veces y tan fuerte….

Si quieren leer más:

La Gaceta. Antonio Moreno Garcerán. «Decisiones o colapso»: No parece que el Gobierno de España tenga el coraje moral para afrontar la realidad política, ni el menor atisbo de altruismo. La racanería cortoplacista, el tactismo dilatante, la puerilidad argumental, el partidismo infértil y sectario, el encubrimiento de la verdad o la imputación de responsabilidades a los demás o al pasado, comportamiento típico de la cobardía política, son algunos de los rasgos de la convulsionada situación política española.

España se encuentra en la encrucijada histórica de saber si estos seis años de Gobierno son un paréntesis en su historia o, por el contrario, la excepción ha sido el camino que iniciamos los españoles a partir del 77. La velocidad del deterioro y la erosión de los cimientos del edificio común no presagian una recuperación nacional ni fácil ni corta. No es extraño ni casual que jornaleros de la cultura oficial hayan intentando desacreditar o minusvalorar la magna obra de la Transición como una cesión de la izquierda a la derecha del país, con el fin de descatalogarla o incluirla como un anexo de su memoria histórica.

España ha perdido su perspectiva histórica y ahora nuestro Gobierno está haciendo lo único que no puede permitirse: perder el tiempo.

Nuestro país se desangra y, como remedio, se proponen comisiones en lugar de tomar decisiones. Aunque esto pueda obedecer a otra artimaña del Gobierno, al intentar un pacto político de Estado con los partidos que le permita suplantar sus acuerdos y alianzas con organizaciones sociales privilegiadas en estos años y sustento de su proyecto y de su suelo electoral.

Ojalá las cosas mejoren, pero ahora Zapatero y su Gobierno son el principal factor de riesgo y de coste político que tiene España. Como dijo el escritor inglés Somerset Maugham, “una persona inepta tiende siempre a dar el máximo de sus posibilidades”.

La Gaceta. Editorial. «De pacto a trágala»: Las turbulencias económicas conllevan el riesgo de apartar la atención de cuestiones de fondo no menos decisivas. Y la más decisiva de todas para el futuro del país es la educación. Su reforma tiene la prioridad de una auténtica emergencia nacional, dada su trascendencia  tanto en el orden económico como en el social. A tal extremo ha llegado la degradación del sistema –sólo paliada con los esfuerzos de algunas comunidades– que el propio Rey Juan Carlos instó explícitamente al pacto entre partidos para abordar la educación como el asunto de Estado que es. Ciertamente, a lo largo de estos años, ha cabido lamentar una toma de conciencia del problema excesivamente lenta, si bien las señales de alarma eran abundantes en todos los informes.

La Gaceta. Arturo Moreno Garcerán.

Público. Ramón Cotarelo. «La clase política»: Nadie, creo, está pidiendo que los gobernantes se ajusten a la sublime idea platónica de los filósofos reyes, pero, dado el respetable nivel cultural que afortunadamente ha alcanzado nuestra sociedad, asiste a los ciudadanos el derecho de exigir a sus políticos conductas no sólo éticamente irreprochables sino también cívicas, tolerantes y correctas.
Sin embargo el espectáculo de una clase política corroída por la corrupción, especialmente, aunque no sólo, en el orden local, cuestiona la capacidad de la democracia de defender el principio de legalidad y alimenta nostalgias autoritarias en los de siempre. Añádase que la calidad del debate público, viga maestra del sistema democrático, que adopta decisiones por deliberación, es ínfimo.
En situaciones especialmente graves como la actual no es de extrañar que los gobernantes a veces titubeen. Pero es que en España, además, trasmiten una peligrosa imagen de desconcierto, con rectificaciones, desmentidos y desautorizaciones permanentes que no ayudan a consolidar la imagen del país ni permiten pensar que el Gobierno tenga firmemente empuñado el gobernalle de la nave del Estado y sepa a dónde va.
¿Qué país aspira a gobernar una clase política que ofrece este lamentable espectáculo en su conjunto?


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