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Consejo a España me pide dar Francàs,
que en la vida me he visto en tal aprieto.
Quién soy yo para mejorar la democracia,
si apoyo sin entusiasmo el invento.
A la democracia española le revientan las costuras por demasiados sitios a la vez: corrupción hasta las trancas; incendios devastadores porque no se limpian y cortafuegan los montes, con pocos medios y mala coordinación para apagarlos; algo muy similar, mutatis mutandis, con las letales riadas levantinas: ni prevención, ni respuesta adecuada; un Estado autonómico disfuncional, disgregador y despilfarrador; inmigración descontrolada; natalidad y estabilidad familiar por los suelos desde hace décadas; más de 3,5 millones de parados reales y abultados déficits públicos desde hace 17 años; deuda pública y presión fiscal en la estratosfera; mercado de la vivienda dislocado; congestión creciente de la sanidad pública, con listas de espera disparadas; energía muy cara y con apagones, por fanatismo ecologista y negociazos de BOE por subvenciones verdes; aumento de la inseguridad ciudadana; separación de poderes malherida; enemigos de España que completan la exigua mayoría parlamentaria del gobierno socialista-comunista, a costa del bien común de los españoles; espíritu guerracivilista reavivado por demagogos sin escrúpulos que enfrentan a los españoles por un puñado de votos; etc. ¿Cómo arreglarla?
Soy demócrata al churchilliano modo, esto es, por no ver alternativa estructuralmente mejor en los tiempos que corren. Las dictaduras suaves y fructíferas, como la de Miguel Primo de Rivera -con la que Largo Caballero estaba tan a gusto-, son harto improbables. Las totalitarias, y peor aún si son tan depauperantes y criminales como las comunistas, o tan belicosas y criminales como la nazi, son un horror. Sobre la de Franco -irrepetible-, que combatí de adolescente y en la que, con los años, aprecio una obra descomunal de desarrollo de España con impuestos low cost (19% del PIB en gasto público en 1975, por 45% en 2024) y magníficos gestores técnicos, carecemos legalmente de plena libertad de expresión para realizar un juicio ponderado integral en la actual España dizque democrática (que lo es, ma non troppo). Para empeorar las cosas, las dictaduras no tienen mecanismos pacíficos de remover del poder a malos gobernantes, y no suelen permitir la crítica que avisaría de problemas y podría proponer mejores soluciones que las aplicadas por sus gobiernos.
Incluso la benefactora dictablanda de Don Miguel -quien invitaba a mi abuelo Macarrón y sus compañeros del cuerpo de soldados ferroviarios en su finca de Robledo de Chavela los domingos a desayunar con churros y luego les obsequiaba con un cigarro puro, tras oír misa en su capilla privada, cuando el padre de mi padre hacía la mili en Robledo allá por 1916-1917-, desembocó en una república con excesivo sesgo pro-rojo, mucha violencia y censura de prensa, a la que siguió una guerra civil entre rojos y azules, y luego una dictadura azul.
Por su parte, la democracia, además del tremendo lastre cortoplacista que implican las elecciones cada pocos años, se basa falazmente en la doble premisa de que el pueblo entiende de los difíciles asuntos de la gobernación -para poder votar con conocimiento de causa-, y de que es honrado y generoso -para votar por el bien común antes que por el propio-. Pero en el pueblo -que es muy heterogéneo- son inmensamente mayoritarios los que no tienen ni idea de lo complejos que son los asuntos sobre los que se debe gobernar, y en él abundan hasta la náusea los que no son ante todo honrados, buenos y benéficos. Por eso nuestra democracia ha podido degenerar en un gigantesco entramado de compraventa de votos, ya sea con dinero del contribuyente y deuda pública, ya sea con demagogia política fratricida (que si los diestros son realmente “ultradiestros” / cuasinazis, que si los varones son malos, que si los empresarios son unos explotadores, que si Madrit ens roba…).
Es más, éramos pocos y parió la abuela millones de nuevos votantes con aún menos idea de la cosa pública española, con las nacionalizaciones masivas de inmigrantes foráneos, muchos de ellos potencialmente partidarios de la sharía y de que Ceuta y Melilla dejen de ser de España. En 2003, el eficiente peluquero peruano que me cortaba el pelo habitualmente en aquellos tiempos, me dijo un día entusiasmado: “me han dado la nacionalidad española. Ya puedo votar”. Siguió hablando, y me dijo que creía que España era una república cuyo presidente era Aznar, y que Ruiz-Gallardón no era del PP. Indignado por que se diese derecho de voto a quienes, como aquel buen y esforzado señor, no saben nada de la política española, le hice un ruego: “por favor, infórmese bien antes de votar, que esto es un asunto muy serio”.
Por lo tanto, más allá de las reformas estructurales que necesita nuestra democracia -y seguramente habría que poner en práctica todas las propuestas de los que han respondido a esta feliz iniciativa veraniega de Francàs, y más-, incluido todo lo razonable para relanzar la natalidad y la estabilidad familiar, y para reordenar los flujos migratorios en función del mercado laboral y la cohesión social de España, y más allá de que yo prefiera que gane el partido X al Y o al Z, ante el aprieto en que me pone Francàs, le respondo a Don Josep María que para mejorar nuestra democracia es esencial elevar sustancialmente el nivel de cultura política de los españoles, y su nivel de honradez política y de aprecio por el bien común, esto es, su patriotismo. Y esto segundo, más aún que entre el pueblo llano -que también-, entre nuestras élites políticas, intelectuales, mediáticas y del dinero. ¡Casi nada!
Alejandro Macarrón Larumbe
Ingeniero de telecomunicación y consultor de estrategia empresarial
Responsable de estudios y análisis sociales, y coordinador del Observatorio Demográfico, de CEU-CEFAS
Dice que a lo churchiliano, por no encontrar algo alternativa estructuralmente mejor. Pues bien, quizás lo que habría que hacer es dedicarle el tiempo a esta búsqueda en vez de perderlo dandole patadas al balón intentando meterlo en la portería equivocada. Es como tratar a un paciente de cáncer con aspirinas contra la fiebre por no encontrar una alternativa mejor.
De verdad. En fin.