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SOBRE DIOS, SI NO LO VEO NO CREO, ¿ES CORRECTA ESA POSTURA?
Esa frase se usa con frecuencia en el día a día y mucho entre los no creyentes, al referirse a Dios. Además, se le intenta dar una pátina de objetividad, de ajustarse a la lógica más elemental y acepto que es cierta en muchas ocasiones, en la vida normal, pero, ¿la podemos aplicar de forma absoluta a la hora de conocer lo que nos rodea, el universo en su impresionante grandeza y en las verdades definitivas?, mi opinión es que no. Realmente, ¿tiene Dios que aparecerse a todos los humanos para que podamos creer?. Nuestros sentidos, nos dan una información útil para desenvolvernos en la vida diaria, pero nos proporciona un conocimiento incompleto y equívoco de la realidad última.
Veamos algunos ejemplos: La tierra nos parece plana y durante mucho tiempo diversas civilizaciones lo creyeron. Seguimos diciendo ha salido el sol o el sol sale, como si el sol diera vueltas alrededor de la tierra y lo creyéramos así, fue necesario llegar al siglo XV y que Copérnico se cuestionara esa realidad y se demostró que era un error de forma definitiva en el XVI con Galileo y Kepler. Pruebas incuestionables de que la información que nos proporcionan los sentidos puede ser incorrecta o incluso falsa.
Este dilema sobre confiar plenamente en los sentidos no es nada nuevo. Ya en la Grecia presocrática existían defensores de una y otra posición. Heráclito de Éfeso (535-470 a. C.) y Protágoras (485-415 a.C.) consideraban al hombre la medida de todas las cosas, todo comienza y termina con la humanidad, confiaban plenamente en nuestros sentidos, eran relativistas, no creían en Dios, no detectan con nuestros sentidos una mente superior a la humana y no creían en una verdad última . En el otro extremo, estaba Parménides (515-450 a. C.), mentor de Sócrates, creía en un Ser eterno e indivisible, es decir en un Dios único que intuía, mediante el pensamiento racional, en una sociedad politeísta, él distinguía la realidad de la apariencia y defendía que no nos podemos basar sólo en los sentidos, le daba más valor a la mente y al logos. Resumiendo, Heráclito y sus seguidores creían más en los sentidos, lo que se denominó la Doxa, creyendo que “las cosas son como parecen”, y Parménides confiaba más en el logos, en él prima la mente y opina que “las cosas no son como parecen”.
Ambas teorías han tenido muchos seguidores, pero en general en occidente predominaron las ideas de Parménides, del Logos sobre la Doxa, hasta el siglo XIX. En el cambio contribuyó mucho la publicación del Origen de las especies de Darwin y los estudios de Freud sobre el sicoanálisis, los cuales facilitaban un pensamiento en el que Dios parece menos necesario, se fue imponiendo la idea de que no hay nada más que lo temporal y nuestros sentidos y el Logos empezó a perder terreno ante la Doxa.
Por esa misma época aparecen en el campo de la biología científicos como Pasteur (1822-1895) y Koch (1843-1910) que con la ayuda del microscopio óptico, descubren el impresionante mundo de la microbiología que nuestros sentidos no habían percibido. También surgió en el XIX la teoría celular, gracias a Matthias Schleiden (1804-1881) y a Theodor Schwann (1810-1882), según la cual, los seres vivos están constituidos a su vez por otros seres vivos microscópicos, de los que no se tenía ni idea hasta ese momento, que son las células, que en principio se pensó eran algo elemental y sencillo, con un núcleo, una membrana y una especie de gelatina, el citoplasma, pero se ha demostrado que son seres con una complejidad que supera a nuestro intelecto y además se reproducen. Los humanos, por poner un ejemplo estamos constituidos por billones de esas células y nuestros sentidos no nos habían informado de esa realidad, además, esos seres microscópicos tienen a su vez estructuras submicroscópicas, que no pudieron ser observadas hasta la aparición del primer microscopio electrónico a finales de la década de los treinta en el siglo XX, pero el hecho de que no las viéramos no significa que no existieran, de hecho existían desde hace más de 1.500-2.500 millones de años. Es una realidad, que nuestros sentidos, aunque impresionantes, no nos dan una información completa y fiable de nuestro entorno y la existencia de la mayoría de lo que hay en el universo no depende en absoluto de que lo detecten nuestros sentidos. Por lo tanto, negarse a aceptar la existencia de Dios por no poder verlo, tocarlo, sentirlo, oírlo, olerlo, etc, no es un argumento de peso, ni racional.
Si nos fijamos en la materia que nos rodea, sea una mesa, una piedra, una pared, tenemos la sensación de que es algo sólido, de mayor o menor consistencia, es palpable y consideramos reales esas sensaciones y hasta cierto punto lo son ya que son informaciones útiles para desenvolvernos en este mundo, pero no reflejan la realidad. Ya Demócrito (V-IV a. C.) hablaba de la materia como algo compuesto de partículas minúsculas que llamó átomos. Él tenía una idea vaga y primitiva de lo que podían ser esas partículas y la humanidad tampoco lo supo hasta que llegó Niels Bohr (1885-1962) quien describió el modelo atómico, con los electrones girando en órbitas fijas alrededor del núcleo, así nos enteramos de dos novedades, que nuestros sentidos no habían percibido, una, que la materia no es algo estático, los electrones se mueven, la materia no es una cosa, es en realidad un estado de organización y no es sólida, ya que en el átomo predomina el vacio. Una vez más apreciamos que con nuestros sentidos no podemos conocer la realidad última. Las cosas no son como parecen.
Si lo expuesto no es suficiente, echemos un breve vistazo a los avances de la física. Toda persona actual es consciente de que nuestros ojos no detectan la luz ultravioleta ni los rayos infrarrojos y nuestros oídos son sordos a los ultrasonidos, que sabemos existen no por nuestros sentidos, sino por nuestra mente. Pero vayamos un poco más lejos, fijémonos en las aportaciones de Albert Einstein (1879-1955) sobre el efecto fotoeléctrico, por el que obtuvo el Premio Nobel en 1921 y la teoría de la relatividad general (TGR) y las de los padres de la física cuántica, Max Planck (1858-1947), Erwin Schrödinger (1887-1961), Werner Heisenberg (1901-1976), Paul Dirac (1902-1984), todos galardonados con el Premio Nobel de física y todos creyentes. Estos genios nos han cambiado los conceptos e idea del universo en el que vivimos. Con la teoría general de la relatividad, casi nada en el mundo es lo que parece. El tiempo no sabemos bien lo que es, nos da la impresión de ser fijo y exacto, pero se enlentece según la velocidad a la que nos movemos y la masa también cambia, pudiendo llegar a ser infinita a la velocidad de la luz. Newton tenía un concepto absoluto del espacio y tiempo, pero la física actual demuestra que estaba equivocado. Según la ecuación E=mc2, la materia es energía y la energía es inmaterial, no sabemos exactamente lo que es, es un concepto, sólo conocemos sus efectos, su capacidad de calentar o mover algo. Nuestros sentidos no perciben las 4 fuerzas fundamentales de la física (la nuclear fuerte, la nuclear débil, la electromagnética y la gravedad), es más, la mayoría de los humanos no son ni conscientes de que existan. Inferimos las partículas subatómicas, pero no las vemos, al igual que no vemos el 95% del universo, pero por sus efectos intuimos la existencia de la materia y energía oscura. Para complicar más el tema, todas las leyes físicas, indispensables para que el universo exista y sea como es, están escritas de forma exquisita en matemáticas, algo que no es material, son abstracciones mentales anteriores a los humanos, antes de que existiéramos y nos diéramos cuenta, siempre, 2+2 han sido cuatro y existían las leyes de la física, lo que nos lleva a intuir que una mente matemática de un nivel impensable ha precedido a la materia.
La objetividad es fundamental en la ciencia y en el día a día, hay que ser honestos y reconocer las limitaciones de nuestros sentidos en el conocimiento de la realidad. Con ellos sólo arañamos la superficie de la complejidad del universo, incluso en ocasiones nos confunden y nada nos dicen de lo que hay más allá del mismo. Las últimas verdades se perciben mejor con el logos. Sabemos que el universo es finito y además se va expandiendo, va creando espacio, ¿sobre qué se expande?, ¿qué hay más allá del universo?. La palabra sobre o supranatural no nos lleva a pensar en brujas, vampiros o zombis, tan en boga en el cine, sólo significan más allá de lo natural una realidad, sobre la que no hay base para pensar que no exista, de hecho existe al expandirnos sobre ella, los sentidos, con sus limitaciones, no nos dan esa información. Pero confiamos tanto en ellos, que nos negamos a mirar y ver con los ojos de la mente y del logos. Nuestros sentidos, sí nos permiten ver, oír, tocar y sentir este maravilloso mundo en el que vivimos, apreciarlo y disfrutarlo. Cuando saboreamos un manjar o admiramos una pintura, no vemos, ni tocamos, ni olemos, ni sentimos a ese gran cocinero o pintor, pero mediante la mente lo podemos intuir y sabemos que existe. De igual forma, los sentidos nos llevan a ver y sentir el milagro de la creación (sugiero leer el Salmo 19,1-4 y Romanos 1,19-20) y el logos nos lleva a intuir una gran mente matemática, situada fuera de la materia, espacio y tiempo, primera causa de lo que aprecian nuestros sentidos.
Sólo con los sentidos no podemos conocer a fondo nuestro entorno, no nos aportan nada sobre las últimas verdades y realidades, necesitamos también la mente y el logos. La ciencia en general y más en concreto la biología, la TGR y la física cuántica han revertido los efectos antirreligiosos de Darwin y Freud y hoy se vuelve a imponer Parménides sobre Heráclito.
Mariano Urdiales Viedma. Médico Patólogo, jubilado. Ubeda