¡Hay milagros!


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El pasado domingo, la Iglesia católica certificó que  la súbita curación, el 11 de julio del 2008, de una grave dolencia paralizante de Bernadette Moriau, religiosa franciscana oblata, no tiene explicación médica y debe ser reconocida “de carácter milagroso” convirtiéndose así oficialmente en ‘la miraculée’ número 70 de Lourdes.

El suceso, para mi, tiene todos los alicientes para merecer un comentario: una monja, una peregrinación a un santuario mariano y la intervención de Dios con un milagro, ¿no os parecen ingredientes poco habituales en los tiempos de la postverdad en la edonista Europa del siglo XXI?

La declaración de un milagro, “hecho inexplicable en el estado actual de nuestros conocimientos científicos” no es tan fácil, para ello, un comité médico examina estas situaciones, del que forman parte facultativos generalistas y también especialistas de diversos países, y elabora un ‘dictamen’ que debe ser refrendado por una autoridad eclesiástica que, de ordinario, es reticente a hacerlo. Si bien el hecho científicamente no es explicable, el atribuirlo a Dios o al azar depende de cada uno de nosotros y, de hecho, frente a lo sobrenatural es muy habitual que para no reconocer la existencia de un ser superior que pide contrapartidas, mandamientos y esas cosas, prefiramos rocambolescas explicaciones que no exigen compromiso.

No entiendo nada. La existencia en plena Europa de monjas y milagros, ¿son un aldabonazo a nuestra existencia o una anécdota médica? ¿Alguien me lo explica?


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