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Barrabás
Aristóteles, el más grande de los filósofos griegos, desvinculó el concepto de democracia del concepto de mayoría numérica. Quizá porque recordaba muy bien que los ciudadanos de Atenas, unos cuantos años antes, habían votado a favor de la ejecución de un inocente: nada menos que Sócrates, el padre del pensamiento griego. Por cierto, conviene siempre recordar que Sócrates fue denunciado por Ánito, uno de los líderes del partido democrático ateniense. Algún lector podrá quizá acusarme, con algo de razón, de anacronismo al poner este ejemplo, por eso traigo a colación una famosa frase de alguien bastante más cercano a nuestros tiempos, Immanuel Kant, quien en su libro “La paz perpetua” escribió que la democracia es la vía que conduce al despotismo. Se podrá estar a favor o en contra de esta afirmación, pero de lo que nadie puede dudar es que Kant es uno de los grandes cerebros de la historia de la humanidad.
¿Por qué les cuento estas cosas? Pues porque Josep Maria Francàs me pide que escriba algo al respecto de cómo blindar la democracia en España. La pregunta, dado el “desbarajuste,” por utilizar un eufemismo bienintencionado, de la situación política española, parece absolutamente pertinente, pero creo sin embargo que aquí, mi buen amigo, por una vez, yerra el tiro. Porque desde luego es urgente arreglar el desbarajuste, pero lo importante, lo realmente importante en la actualidad es reflexionar sobre el modelo político que necesita occidente en general para salir del marasmo en el que nos hallamos inmersos. He citado a Aristóteles y a Kant, pero podría hacerlo perfectamente con Platón o muchos otros porque es fundamental desembarazarnos de ese respeto casi religioso que profesamos a algunas palabras, y en concreto a la de democracia. Ningún sistema político es eterno ni perfecto. Eterno y perfecto sólo es Dios. Los sistemas políticos son siempre coyunturales, y no son un fin en sí mismos sino tan sólo un medio para conseguir el mayor bienestar posible a los ciudadanos de un Estado. Lo que entendemos hoy en día por democracia no tiene demasiado que ver con Grecia, a los griegos lo que les preocupaba en realidad era no caer en la tiranía, y a cambio de eso, podríamos decir que estaban dispuestos hasta a “soportar” la democracia. En realidad,nuestra democracia actual es hija del modelo revolucionario francés, con todas sus luces y sus sombras. Pero la cuestión principal es que la coyuntura económica, social y sobre todo tecnológica sobre la que se construyó el modelo democrático revolucionario ha cambiado de forma total. Seguimos metiendo un papelito en una caja, como aquellos alborotados franceses, pero el nuestro es un mundo virtual de redes sociales en el que las opiniones ganan validez a golpe de “likes” sin importar el peso intelectual de quien emite la opinión o la profundidad de la misma. Nos preocupa la democracia y no nos damos cuenta de que debido al avance, hasta hace poco inimaginable de la tecnología, queda muy poco de aquello que fraguaron Robespierre y sus amigos. La democracia occidental actual es esencialmente una partitocracia oligárquica forjada a golpe de populismo, ruido social e ignorancia. Hasta el punto de que hoy en día, el auténtico ascensor social en occidente no es el conocimiento, ni siquiera el éxito profesional, el auténtico ascensor social es la política, son los partidos políticos plagados de mercenarios iletrados a los que les da lo mismo ocho que ochenta mientras llegue su magnífica nómina a fin de mes. Por eso es acuciante reflexionar sobre esa cuestión y cambiar el modelo. Esto no significa en absoluto ser un antidemócrata, al contrario, pues lo que empieza a estar muy pero que muy lejos de la democracia es nuestro sistema político actual, que sabe muy bien que la masa, en última instancia, siempre votará por salvar a Barrabás. Por eso, y aunque suene a locura, necesitamos que la filosofía vuelva a tener peso, a ser decisiva, pues cualquier cambio político a lo largo de la historia ha venido siempre precedido de un movimiento de pensamiento filosófico previo.
Y mientras reflexionamos, ¿qué más podemos hacer? Pues seguir el impecable consejo que nos dio San Agustín en uno de sus brillantes sermones: “Decís vosotros que los tiempos son malos. Sed vosotros mejores, y los tiempos serán mejores: vosotros sois el tiempo. (…) Pues el mundo se halla como en una almazara: bajo presión. Si sois orujo, seréis expulsados por el sumidero; si sois aceite genuino, permaneceréis en el recipiente. Pero el estar sometido a presión en inevitable.”
Antonio Fornés, filósofo, escritor.