Me dice Antonio Fornés, filósofo


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El nuevo progresismo reaccionario

Personalmente, como antimoderno declarado y vocacional, siempre he intentado, en la política y en la vida, seguir el consejo del filósofo Roland Barthes y colocarme “en la retaguardia de la vanguardia,” genial aforismo que el pensador francés explicaba de esta forma magnífica: “ser de vanguardia significa saber lo que está muerto; ser de retaguardia significa amarlo todavía.” El problema es que con el paso de los años, cada vez me cuesta más colocarme en esta posición, pues la vanguardia, el presunto progresismo ha decidido correr no hacia adelante sino hacia atrás, convirtiéndose en la mayor palanca política de la reacción.

La caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, dejaba al descubierto algo que ya casi todo el mundo sabía: que ese burdo milenarismo escatológico recubierto de cientifismo decimonónico, positivista y caduco, que es el marxismo, no sólo era insostenible desde un punto de vista intelectual, sino que su ejecución política había condenado, durante decenios, a millones de personas a la pobreza y el sufrimiento. Pero ay, al progresismo clásico occidental, que por supuesto nunca tuvo que sufrir el horror soviético, y que vivía cómodamente instalado en las “malvadas” democracias capitalistas, esto no le pareció importante ni histórica ni intelectualmente. Sabemos incluso que a nuestro vicepresidente esta magna fecha del 9 de noviembre le sigue pareciendo “una mala noticia.”

Si el grueso del progresismo pensante hubiese tenido un mínimo de honestidad intelectual, parece claro que se imponía, de un lado entonar un sentido “mea culpa” y por otro retirarse a sus cuarteles de invierno a repensar y proponer alguna nueva alternativa teórica aceptable. Desgraciadamente, nada de eso ocurrió. El progresismo decidió ponerse a silbar mientras miraba a otro lado. Sorprendentemente, tras la caída del muro y el fracaso repetido y continuo de los modelos políticos comunistas, este pseudoprogresismo que lo invade todo con su repugnante corrección política sigue bebiendo hoy día, en mayor o menor medida, de las fuentes doctrinales del marxismo, lo que es, en sí mismo, un vergonzoso escándalo intelectual

Cuidado, que no se me malinterprete, esto no quiere decir que debamos hacernos acérrimos defensores del capitalismo, es evidente que el mercado debe ser controlado y las diferencias socioeconómicas limitadas, ni que nos neguemos a reflexionar sobre las evidentes inconsistencias de la democracia occidental. Lo que digo es que el progresismo actual se ha convertido en un movimiento político puramente reaccionario, que sólo mira atrás y que pretende imponer tesis que no se sostienen (valga como ejemplo evidente de esto que digo el vergonzante papel de Zapatero ante la dictadura venezolana). 

Fijémonos, y es algo muy significativo, que poco a poco, las tesis progresistas se van alejando de lo que debería ser su electorado tradicional, las clases populares, y se acercan, cada vez más a las clases privilegiadas. Baste un ejemplo: cuando se emprende una campaña contra los coches viejos que usan carburantes diésel, el progresismo ataca directamente a las clases menos favorecidas, pues los que como yo, tenemos un coche con demasiados años, no lo hacemos por “maldad ecológica,” sino por falta de medios para tener un coche mejor y eléctrico, algo que hoy por hoy sólo pueden permitirse unos pocos. Por eso, poco a poco, el progresismo, que abandona a pasos agigantados la realidad diaria de los trabajadores, se va a ir alimentando de funcionarios, jóvenes de clases medias acomodadas, nuevos ricos de Galapagar…, gente en fin sin grandes preocupaciones económicas y que pueden permitirse, en sus ratos libres, jugar, a la ecología banal o a la perspectiva de género en la recolección del caracol.

Desgraciadamente, el progresismo actual, cerril y reaccionario está consiguiendo que un antimoderno como yo, acabe pareciendo el más moderno y revolucionario del barrio… Un triste consuelo, pues desgraciadamente, cada vez más da la impresión de que la partida ya está jugada y la suerte echada, durante muchos años, en favor de esta neo reacción que ha ocupado con avaricia desmedida todas las fuentes de poder político en nuestro país. No nos engañemos, éste es el país que gritó alborozado “¡vivan las caenas!” Y ahí seguimos, que las “caenas” sean ahora de color “pseudoprogresista” es algo poco importante para la mayoría de nuestros conciudadanos, lo importante es que sean “caenas,” así somos. 


Un comentario en «Me dice Antonio Fornés, filósofo»

  1. El progresismo doctrinario es la regresión constante hacia unas tesis económico-políticas que se han demostrado criminales, aun así vez tras vez y utilizando el cambiante léxico en el que se mueven, la regresión vuelve y vuelve y la gente se traga el cuento de que es progresismo lo que no es más que cruda basura ideología antigua e ineficaz para todo menos para una cosa, destruir el cuerpo que la alberga.
    Podemos ha llegado a instalar un puritanismo sexual que acompañado de un desorden moral de primera categoría ha conseguido que sea «un deporte de riego» el que un hombre ligue con una mujer, mientras se asegura que esta puede tener una conducta absolutamente enloquecida, amoral y viciosa si lo desea.
    Y a esto le llaman progresismo social
    En el resto va igual, apoyar que un tio nutra la dirección de un partido con todas las pericas con las que se acuesta es progresista, hacerlo con personas validas, cultas, educadas y con sentido de su propia valía es fascismo.

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