Me dice David Fernández Agredano, licenciado en Ciencias de la Información


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La única solución (un mensaje de ánimo y de esperanza)

«Alvy, hay que tener un poco de fe en las personas». Manhattan, Woody Allen (1979)

He visitado en la web un contador oficial de muertes en el mundo. Al comenzar a escribir este artículo ―hoy lunes 2 de noviembre, a las 11:17 de la mañana― la cifra ascendía a 49,380,944 fallecidos en lo que llevamos de año. Durante dos minutos he visto cómo iba subiendo el marcador a un ritmo de 1,5 personas por segundo. Lo he comparado con el número de fallecidos por el COVID19: 1,206,127. Si tienen curiosidad, pueden verlo pinchando en este enlace: https://www.worldometers.info/es/.

No me interpreten mal, no trato de restarle importancia a los efectos del coronavirus. Pero me ha invadido esta pregunta: ¿somos conscientes de lo importante que es una única vida o solo nos preocupamos cuando nos acecha la muerte? 

Observo que los medios no cesan en su empeño de aterrorizarnos con su bombardeo de desgracias, intuyo que hay muchas personas frotándose las manos, y siento rabia, pena y rencor. Y de tantas emociones solo siento rechazo por este último. Y me asalta de nuevo otra duda: ¿por qué? Recuerdo algunas teorías sobre nuestra naturaleza emocional y me encuentro que hay un consenso sobre la siguiente afirmación: el rencor ―el odio― es un sentimiento contrario al amor. Y, discúlpenme, me he sentido aliviado. Porque dentro de todo este sinsentido me ha parecido vislumbrar algo de luz.

No niego la realidad: lo que nos ha tocado vivir es un auténtico drama. He vivido muertes injustas ―si se pueden calificar así― desde tan cerca, que he experimentado el dolor de perder a un ser querido sin más explicaciones que «lo sentimos, no hemos podido hacer nada». También comprendo que las personas cometemos errores, y pienso que nos permiten evolucionar como seres humanos. Pero no me fío nada de quienes tienen en su mano decidir sobre quién debe o no continuar con vida sin conocer al mortecino. Y no me refiero a los profesionales de la salud que respetan el juramento hipocrático, sino a los gobiernos, a los gestores, a los que solo piensan en nosotros como si fuéramos números. ¿Saben por qué? Porque da la impresión de que no quieren aprender. 

Insisto, da la impresión. No creo que sea así. Simplemente no son conscientes. Están tan lejos de las personas a las que deberían servir que ignoran las consecuencias de sus irresponsabilidades y terminan por servirse solo a sí mismos. Insisto, sin ser conscientes; porque si lo fueran estarían atentando contra nuestras vidas. 

Y me asalta otra pregunta: ¿cómo es posible que no sean conscientes? Si cualquier ciudadano normal ―como yo mismo― sabe que sus actos tienen consecuencias… Solo encuentro una respuesta: porque eligen ignorarlas. 

Me agotan los mensajes negativos y trato de buscar algo que mantenga mi ánimo en pie sin necesidad de acudir a recursos artificiales ―dícese drogas legales o ilegales, qué importa―; trato de buscar un mensaje de esperanza que pueda aliviar al transmitirlo a quienes ―como yo― a veces nos sentimos desesperanzados, solos, deprimidos… Y he encontrado lo que para mí es la única solución. 

Vivimos en una era en el que toda nuestra sabiduría y conocimientos de millones de años están al alcance de un roce de nuestros dedos sobre la alfombrilla de un portátil. Un gesto tan simple podría salvar tantas vidas, abrir tantas conciencias… Y he recordado una entrevista de Josep Maria Francàs, a Cristina Martín, autora de La verdad de la pandemia; en particular, su respuesta final: «Aunque ahora nos toque atravesar un desierto, el amor vencerá…». 

Son las 12:17 de la mañana y estoy terminando este artículo. Escribo esto delante de un ordenador, en el patio de mi casa, con el temor de que algunas de las personas a las que amo y/o atiendo sufran las consecuencias de este virus tan devastador… La cifra de muertes en el mundo ha ascendido a 82.539. La cifra de fallecidos por la COVID se mantiene inalterable. Y me pregunto «¿por qué acudes a las cifras?, ¿acaso desconoces el valor de una vida?». 

Ojalá esto nos haga más sensibles al sufrimiento ajeno: sería el primer paso para comprender que el amor es la única solución a los problemas de este mundo…

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