Pocas veces la coalición Convergència i Unió ha peligrado tanto. La aventura a lo Moisés de Mas esta poniendo la realidad política catalana patas arriba, el PSC anda dividido -en la última votación cinco diputados han actuado por libre- y la coalición tantos años gobernante se tambalea. Pasó momentos difíciles más por personalismos que por ideología, pero hoy, en cambio, se enfrenta a una divergencia que alcanza también a su propia identidad. Unió no está por el independentismo, nunca lo ha estado; pero como la cuerda siga tensándose, no tendrá mas opción que reconocer lo inevitable de la ruptura.
Unió rompería sin duda si no tuviera miedo al frío gélido de la oposición. El poder suaviza mucho las contradicciones ideológicas. Y si París bien vale una Misa, la Generalidad y la multitud de prebendas que de ella emanan compensa tragarse muchos sapos. Otra cosa sería si los brazos de otros ideológicamente más próximos, como el PP, supusieran un regazo tan mullido y deseable como el actual, pero esto hoy por hoy está muy lejos. El día que prevalezca la coherencia a la comodidad y la ideología al euro la coalición saltará hecha añicos.
Para Convergència, Unió no ha sido mal compañero: le ampliaba el espectro de posibles votantes y molestaba poco. Ahora esto ha cambiado, la nueva pareja de baile, Esquerra, no quiere carabinas, prefiere no compartir al muchacho. ERC tensará la cuerda para dejar a Durán y los suyos en la cuneta y, no lo olvidemos, hoy tiene mucha fuerza y va a más.
Hoy Mas, abrazado a ERC, si bien intenta arrastrar con él a la coalición, puede tener problemas para no perder una facción de su propio partido. Unió está incómoda, pero una gran parte de Convergència, también. El posible horizonte judicial de Oriol Pujol, el recambio natural y dinástico de don Arturo, es más que borroso y su guardia pretoriana cada vez está más discutida. No es una quimera pensar que un Mas y unos menos se queden con Esquerra y muchos convergentes, junto a Duran, resuciten la CiU de toda la vida.










